Por estos días de cuarentena mundial por el Corona Virus COVID-19 he querido hacer una serie en la que hablaré de las grandes epidemias de la historia y la reacción de la filosofía durante esas grandes crisis de la humanidad.
En el año
431 AC (Antes de Cristo), la gran ciudad de Atenas fue devastada por una peste,
por una gran epidemia que tuvo consecuencias nefastas. Es una historia muy
interesante pero, ¿dónde estaban los grandes filósofos Griegos de aquel
entonces? ¿Qué hicieron ellos por Atenas durante esta crisis?
Antes de
empezar les dejo el libro “La historia de la guerra del Peloponeso” del
historiador “Tucides” en este link. La parte de la epidemia se encuentra
relatada en el libro segundo, específicamente a partir de la página 201.
Al día de
hoy los historiadores y arqueólogos no se ponen de acuerdo en cuál fue la
enfermedad que atacó la ciudad, lo único cierto es que una ciudad sobrepoblada
en una difícil economía de guerra fue el caldo de cultivo perfecto para este
mal que presentaba los siguientes síntomas según los describe Tucides
Primero sentían un fuerte y excesivo calor en
la cabeza; los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la
garganta sanguinolentas y el aliento hediondo y difícil de salir, produciendo
continuo estornudar; la voz se enronquecía y descendiendo el mal al pecho,
producía gran tos, que causaba un dolor muy agudo; y cuando la materia venía a
las partes del corazón, provocaba un vómito de cólera, que los médicos llamaban
apocatarsis, por el cual con un dolor vehemente lanzaban por la boca humores hediondos
y amargos; seguía en algunos un sollozo vano, produciéndoles un pasmo que se
les pasaba pronto a unos y a otros les duraba más. Al tacto, la piel no estaba
muy caliente ni tampoco lívida, sino rojiza, llena de pústulas pequeñas; por
dentro sentían tan gran calor, que no podían sufrir un lienzo encima de la
cama, estando desnudos y descubiertos. El mayor alivio era meterse en agua
fría, de manera que muchos que no tenían guardas, se lanzaban dentro de los
pozos, forzados por el calor y la sed, aunque tanto les aprovechaba beber mucho
como poco. Sin reposo en sus miembros, no podían dormir, y aunque el mal se
agravase no enflaquecía mucho el cuerpo, antes resistían a la dolencia, más que
se puede pensar. Algunos morían de aquel gran calor, que les abrasaba las entrañas
a los siete días y otros dentro de los nueve conservaban alguna fuerza y vigor.
Si pasaban de este término, descendía el mal al vientre, causándoles flujo con
dolor continuo, muriendo muchos de extenuación.
Esta
infección se engendraba primeramente en la cabeza y después discurría por todo
el cuerpo. La vehemencia de la enfermedad se mostraba, en los que curaban, en
las partes extremas del cuerpo, porque descendía hasta las partes vergonzosas y
a los pies y las manos. Algunos los perdían; otros perdían los ojos, y otros,
cuando les dejaba el mal, habían perdido la memoria de todas las cosas y no
conocían a sus deudos ni a sí mismos. En conclusión, este mal afectaba a todas
las partes del cuerpo; era más grande de lo que decirse puede y más doloroso de
lo que las fuerzas humanas podían sufrir.
Aparte de lo horrible que era padecer la
enfermedad, las secuelas que dejaba podrían hasta ser peores que la enfermedad
misma; y lo peor no era eso. Era en extremo contagiosa, de tal forma que los médicos
morían por la enfermedad, los parientes y amigos ya no querían visitar a los
enfermos y con esto se empezaron a perder los valores de aquella sociedad, pues
aparte de no poder ser solidarios y apoyar a los enfermos y necesitados; la
mortalidad por la epidemia era tan alta que no sabían qué hacer con tantos
muertos, no podían hacer los respectivos ritos funerarios, y en muchos casos
sencillamente los muertos se quedaron allí, tirados en la calle y frente a los
templos, agravando el problema de salubridad y la crisis moral en la ciudad.
¿Qué tiene que ver un problema de salubridad pública
con la moralidad? Todo, absolutamente todo en la vida humana tiene que ver con
la moralidad, y no me refiero a la religión, estoy hablando específicamente de
la cuestión ETICA.
Tucides nos sigue contando qué fue lo que
sucedió:
Por eso muchos morían en las cuevas echados, y
donde podían, sin respeto alguno, y algunas veces los unos sobre los otros
yacían en calles y plazas, revolcados y medio muertos, y en torno de las
fuentes, por el deseo que tenían del agua. Los templos donde muchos habían
puesto sus estancias y albergues estaban llenos de hombres muertos, porque la
fuerza del mal era tanta que no sabían qué hacer. Nadie se cuidaba de religión
ni de santidad, sino que eran violados y confusos los derechos de sepulturas de
que antes usaban, pues cada cual sepultaba los suyos donde podía.
Algunas familias, viendo los sepulcros llenos
por la multitud de los que habían muerto de su linaje, tenían que echar los
cuerpos de los que morían después en sepulcros sucios y llenos de inmundicias.
Algunos, viendo preparada la hoguera para quemar el cuerpo de un muerto,
lanzaban dentro el cadáver de su pariente o deudo, y le ponían fuego por
debajo; otros lo echaban encima del que ya ardía y se iban.
La mortalidad que trajo la epidemia superó la
capacidad administrativa de la ciudad y las capacidades de los ciudadanos que
no supieron cómo actual, cómo debían comportarse frente a tal adversidad perdiéndose
así los valores inicialmente y como consecuencia de ese descuido las
condiciones de salubridad empeoraron.
A continuación Tucides nos describe la crisis
de los valores:
Además de todos estos males, fue también causa
la epidemia de una mala costumbre, que después se extendió a otras muchas cosas
y más grandes, porque no tenían vergüenza de hacer públicamente lo que antes
hacían en secreto, por vicio y deleite. Pues habiendo entonces tan grande y
súbita mudanza de fortuna, que los que morían de repente eran bienaventurados
en comparación de aquellos que duraban largo tiempo en la enfermedad, los
pobres que heredaban los bienes de los ricos, no pensaban sino en gastarlos
pronto en pasatiempos y deleites, pareciéndoles que no podían hacer cosa mejor
no teniendo esperanza de gozarlos mucho tiempo, antes temiendo perderlos
enseguida y con ellos, la vida. Y no había ninguno que por respeto a la
virtud, aunque la conociese y entendiese, quisiera emprender cosa buena, que
exigiera cuidado o trabajo, no teniendo esperanza de vivir tanto que la pudiese
ver acabada, antes todo aquello que por entonces hallaban alegre y
placentero a apetito humano lo tenían y reputaban por honesto y provechoso, sin
algún temor de los dioses o de las leyes, pues les parecía que era igual
hacer mal o bien, atendiendo a que morían los buenos como los malos, y no
esperaban vivir tanto tiempo que pudiese venir sobre ellos castigo de sus malos
hechos por mano de justicia, antes esperaban el castigo mayor por la sentencia
de los dioses, que ya estaba dada, de morir de aquella pestilencia. Y pues
la cosa pasaba así, parecíales mejor emplear el poco tiempo que habían de vivir
en pasatiempos, placeres y vicios. En esta calamidad y miseria estaban los
atenienses dentro de la ciudad, y fuera de ella los enemigos lo metían todo a
fuego y a sangre.
¡Qué panorama tan desalentador y trágico! Ahora
sí podemos hallar la razón al preguntarnos ¿Dónde estaban los filósofos? ¿Los
grandes maestros de la antigua Grecia donde se metieron en estos tiempos de
crisis? ¿Dónde estaba Sócrates?
Ubicar a Sócrates cronológicamente con
exactitud es una tarea titánica, pues de su biografía es muy poca la precisión
histórica con la que se cuenta. Se estima que nació en el 465AC, por lo que tendría
35 años durante la época de la epidemia. Pero en aquel entonces no estaba
dedicado de lleno a la filosofía, pues hay datos históricos que le ubican
peleando en la guerra del Peloponeso contra los Espartanos.
Platón ubica a un Socrates muy joven,
probablemente de unos 19 años debatiendo con Parmenides y Zenón de Elea en el
dialogo “Parmenides”. Por lo que podemos deducir que ya conocían de Sócrates en
la época de la epidemia. El retrato que hace el dramaturgo Aristofanes de él en
la obra “Nubes” entre mago, charlatan y loco nos permite ser conscientes de que
en aquel entonces los griegos no podían comprender de lleno la filosofía
Socrática.
En ese contexto de crisis durante la primera epidemia
(si, la enfermedad atacó varias veces la ciudad) y la guerra del Peloponeso, la
filosofía da un giro radical al dejar de ocuparse en los problemas de la
naturaleza y reconocer que el problema es el hombre (hoy diremos la humanidad,
por aquello de la corrección política).
En una ciudad arrasada por la enfermedad y la
guerra en la que sus ciudadanos se han entregado a los pasatiempos, placeres y
vicios y le llaman a eso “bueno”; Sócrates propuso que todo eso no era sino
apariencia y que detrás de esa apariencia hay un verdadero Bien, un Bien
absoluto al que la humanidad debe aspirar.
En ésta época de pandemia (Corona Virus
COVID-19) y de reingeniería social, ¿podríamos preguntarnos si más allá de toda
esta apariencia hay un Bien Absoluto al que como ciudadanos del mundo podamos
aspirar?, Un Bien Absoluto lejos de lo relativo, de lo subjetivo, de lo
superficial
¿Cuál
podría ser (si existiera, porque puede que igual y no exista) ese Bien
Absoluto?
¡SAPERE AUDE!