jueves, 24 de marzo de 2016

NIETZSCHE, EL CREPUSCULO DE LOS IDOLOS 3


Sin proponérmelo este post sale justo en medio de esta semana de marzo en la que la cristiandad hace sus celebraciones de la semana después de la luna llena de la primavera. Digo sin proponérmelo porque no es mi intención (más no la de Nietzsche) herir susceptibilidades, pero tenía programado continuar con la serie sobre el crepúsculo de los ídolos.

Después de acabar por completo con Sócrates, Nietzsche enfila sus armas ahora contra la filosofía del mundo occidental, la filosofía europea y comienza una inspección cuidadosa, como quien hace una disección y encuentra que el origen de la podredumbre, según él se encuentra en los fundamentos de la filosofía y la actitud del filósofo producto de ella.

Nietzsche crítica la visión filosófica de separar la realidad en dos partes y asumir que una de las dos es la verdadera y la otra necesariamente, la falsa; esto sucede desde la filosofía griega con sistemas de pensamiento como el de Parménides o el de Platón. El desprecio a la sensibilidad y la negación del movimiento son consideradas por Nietzsche como agresiones a la naturaleza; además al conceptualizar en un mundo eterno e inmóvil los entes que hay en la realidad, se le extrae su verdadero ser para asignarle una nueva esencia, algo similar a lo que ocurre cuando los medios de comunicación convierten una víctima en un símbolo, la persona pierde su humanidad y se convierte en un objeto que será utilizado por todos con un fin especial.

Siguiendo esta práctica el filósofo ordena el cosmos en dándole una organización lógica que carece de sentido, pues intenta hallar el principio de las cosas, no en el principio en sí mismo, sino en las cosas que “necesariamente” debe tener el principio para no contradecirse en un universo donde no existe el movimiento, ni la multiplicidad, ni la finitud del ser; pues estos son conceptos que pertenecen al “no-ser”. Pero Heráclito ya lo había manifestado en su tiempo, aunque su voz no fue comprendida.

Así las cosas, el principio necesariamente es Dios, pero no cualquier Dios, resultará después en el Dios de la Cristiandad (Platón cristianizado por San Agustín de Hipona o demás esperpentos de este mismo tipo, que adoptaron principios Helenos que resolvían conceptos similares al judeocristianismo), un Dios que ofrece un mundo verdadero después de ésta vida de falsedad, un paraíso para el alma en la eternidad, y para tal fin una moral enferma y decadente que niegue los sentidos, y por lo tanto la sensualidad, el amor y la belleza de la vida.

De manera increíble Nietzsche vincula en los capítulos 3, 4 y 5 la epistemología, la ontología, la teología con su correspondiente moral, poniendo al descubierto la estructura general de los sistemas filosóficos de occidente.

El mundo königsberiano, lo aburrido y desolado de la moral y la epistemología Kantiana son el claro ejemplo de esta tendencia que revela Nietzsche, y que en este caso particular es peor para él, por tratarse de un Alemán, un Alemán enfermo del espíritu que no se contentó con ello y quiso contagiar al resto de la humanidad igual que lo hizo Sócrates en su tiempo.

Pero no todo son críticas. Nietzsche expone como él y los suyos (los hiperbóreos) se contraponen a esto, como la contradicción, el amor, la sensualidad, el tener enemigos, etc., es la victoria sobre la iglesia y sobre la filosofía, explicando las bases de su propio sistema de pensamiento que incluye epistemología, ontología y ética.

Definitivamente el crepúsculo de los ídolos es un libro que no desmerece nada. Continuaré con la lectura y la reseña de este precioso libro más adelante.

¡SAPERE AUDE!

lunes, 14 de marzo de 2016

POEMA ONTOLOGICO 7


Este es el último post de ésta emocionante serie “el poema ontológico”. La verdad ha sido bastante divertida para mí escribirla, me ha puesto muchos desafíos como filósofo y como profesor, me ha obligado a recordar muchas cosas y a replantearme la interpretación de otras tantas, espero que de la misma manera haya sido de beneficio para todos los que la han seguido.

Ya entrando en materia en el post anterior, Parménides finaliza el fragmento 8 con una crítica muy dura a las posturas dualistas; esta crítica ya la había hecho anteriormente al señalar a todos aquellos que hacen estos planteamientos como seres bicéfalos y desorientados por el errabundo nous tal como lo abordamos en un post en su momento.

Pues bien, Parménides se deja de indirectas y señala directamente en el mismo fragmento 8:

Acordaron dar forma a dos formas, para ambas una sola no es necesario, en lo que errados están.”

¿Pero por qué seguir hablando del fragmento 8? Porque es precisamente desde esta parte que acabo de citar que de un lado Parménides desarrolla toda su crítica y del otro nos deja un testimonio de su extensa cultura al escribir el resto del poema lleno de referencias culturales de su tiempo.

Crítica desde el fragmento 9, el concepto de PHYSIS, que fue desarrollado en las diferentes escuelas filosóficas, en las que se le atribuía el SER a la naturaleza como el agua tal como sucedió en la Escuela de Mileto.  Aunque ellos no se referían literalmente al agua sino a las características que se podían conceptualizar a partir de este elemento de la naturaleza. A pesar de ello, lo que no acepta Parménides es el principio de contrarios implica esto, además de la contracción y rarefacción porque esto significa necesariamente la existencia de movimiento.

Ya en el fragmento 10 nos prepara para lo que será la narración de una cosmología, fundamentada en este principio dualista de contrarios, metafóricamente serán el sol y la luna, además de la participación de los Dioses. En este último caso nuevamente aparece Ananké: el destino o la necesidad, de quien ya hablamos anteriormente en otro post de esta serie “el poema ontológico”.

Esta necesidad de acudir a la metáfora mítica para dar explicación a sus sistemas es duramente criticada y ridiculizada. En el fragmento 11 cuando dice que los astros fueron obligados a “llegar a ser”, pues el solo insinuar esta posibilidad es algo absurdo para Parménides como ya hablamos anteriormente. Continúa explicando que a pesar de haber separado los contrarios ya no sol y luna, sino masculino y femenino, ahora deben mezclarse y la forma de plantearlo es un claro ¡¿Qué sentido tiene todo esto?!

“(…) enviando a lo masculino lo femenino para mezclarse y, a su vez, contrariamente, lo masculino a lo femenino.”

Los fragmentos 13 al 15 aparentemente están incompletos, y únicamente tienen afirmaciones suelas, pero que continúan con la dinámica ya planteada.

En el fragmento 16, Parménides criticará la postura en que la physis es el mismo nous, es decir lo que hablábamos en el post titulado “epistemología vs doxa". Nuevamente hay partes inconexas, tanto en este fragmento como en los siguientes, hasta el fragmento 19, donde veremos que aparentemente Parménides continuó con la línea de la dualidad evidenciada en lo masculino y lo femenino y cómo de su mezcla resulta que surgen las cosas a las cuales se les da nombre, situación que nos lleva de regreso una vez más al post anterior y nos obliga a formularnos la siguiente pregunta: “¿las palabras son las cosas?”

Es un final muy vertiginoso para esta interesante serie, donde me he detenido puntualmente en frases o versos, pero esta parte se ha ido de corrido. Espero una vez más que lo hayan disfrutado, que les sea de utilidad; nos veremos en el futuro con más filosofía.

¡SAPERE AUDE!